sábado, 11 de diciembre de 2010

Entre besos y principios

ATENCIÓN: Es indispensable que, para el correcto entendimiento de esta nota y, por extensión, de quien la escribe, cada párrafo sea leído teniendo en cuenta que soy una “persona especial”.
Desde luego, el adjetivo especial tiene todo tipo de de significados, felices y no tanto. Se puede ser especial como Rafa Gorgory, el simpático y gordinflón personaje de los Simpsons, que se escarba la nariz con cuanto objeto se le cruza por delante. O bien - y aquí entro en acción - desencajar de la percepción que el común de las personas comparte respecto de algún tema en particular.


Apelo a creatividad y sana imaginación de todos mis lectores para que recreen la siguiente situación que toma lugar en un conocido boliche de la noche porteña:

INTRODUCCIÓN

- Chico X: ¿Cómo te llamás?
- Tefi: Marta, Roberta o Tefi. Elegí el que más te guste; soy una mina flexible.
- Chico X: ¡Pegame y decime Marta! jaja
- Tefi: ehh bueno, quitando la parte violenta, decime Marta.

DESARROLLO:

De aquí en adelante, se suceden una serie de preguntas que suelo denominar “superficiales”; despiertan tanto interés como el ¿todo bien? que preguntamos 55 millones de veces al día.
Las respuestas suelen olvidarse tan rápido como se preguntan… claro, en el supuesto caso de que se escuchen: hablar con un punchi punchi de fondo es casi tan divertido como jugar al teléfono descompuesto:

- Él: ¿Siempre venís a bailar acá?

- Ella: No, no, soy de virgo y tengo novio.
- Él: Mirá vos, yo tengo un amigo que estudia lo mismo.


Las preguntas y respuestas se reiteran rigurosamente como si se tratara de un manual cuya autoría corresponde a un niño 5 años:

-
Él: ¿Tenés novio?
- Ella: Sí
- Él: ¿Y dónde está?
- Élla: ¿DÓNDE ESTÁ? Bueno, resulta que me porté bien en la semana, entonces decidió quitarme el cinturón de castidad y dejarme salir un par de horitas. De todos modos, tengo un chip intramuscular con GPS y detector de la aceleración de mi frecuencia cardiorrespiratoria. En caso de existir variaciones, el grupo SWAT irrumpe en el lugar, me llevan, te castran y asesinan a los testigos.
-
Él: Ok. Recalculando

¿Dónde está?¿qué dónde está? %&$%$$ ¡Por favor! Las mujeres podemos votar desde 1947 y hemos logrado obtener un lugar significativo en las diferentes esferas de la vida social. Y vos, soquete ignorante, venís a suponer que es ¿raro? que una mujer comprometida salga sola con sus amigas a divertirse. ¡Hagamos patria y deportemos a estos hombres!

- Fin de la sección feminista -

Continuemos con la escena planteadas a comienzos.
Las preguntas superficiales seguidas por el “ahhh, mirá vos” se dieron durante unos cinco minutos hasta que me preguntó:

-
Chico X: ¿Estás sola?
- Marta: Sola y muy feliz. ¿Vos?
- Chico X: Tengo novia, pero está en Uruguay.
- Marta: Ahhh, mirá vos.
- Chico X: ¿Ahora ya no me vas a dar una chance, no?
- Marta: Nunca tuviste una chance igual…

OK, fue una respuesta dura. Suelo ser más simpática y hago variaciones agradables del tipo: mi religión no me lo permite, mi amor es el mar, no sos vos, soy yo, etc.


NOTA:evitar respuestas del tipo “Me gustan las mujeres”. Es una bomba de tiempo que despierta en la cabeza del extraño un sinfín de fantasías no reprimidas entre las cuales se incluye una invitación para que le demuestres - de modo práctico/didáctico - que no mentís… besando a alguna amiga. ¡Paso!


Fue entonces que el Chico X repreguntó por qué no tenía chances. Pues claro, era esa clase de hombre que se sabe lindo y “ganador”, por lo que el “no” no se encuentra dentro de las respuestas moralmente admitidas. Respuesta denegada, este hombre se autodestruirá en 5, 4, 3, 2…

Dudé en dar una explicación real a esa inquietud, pero me percaté que - haciendo gala de su ego herido – era la única respuesta que verdaderamente le interesaba:

-
Marta: Bueno, resulta que soy una persona “especial”, idealista del amor y sentimientos similares. Considero que el valor del beso se ha devaluado sistemáticamente con el correr del tiempo y se tornó tan corriente como prestar una birome que podrías pedirme, indiferentemente, a mí o a cualquiera, varias veces en una noche. No te conozco, no te dejaría entrar a mi casa… ¡menos aún te daría un beso! No estoy interesada en ser tan insignificante en la vida de nadie, por el momento (nunca digas nunca).

A grandes rasgos y menos poética, esa fue mi respuesta: “Ni a palos, no te conozco. Desde luego, fue una explicación demasiado compleja para el marco en el cual trascendió. ¿Cómo hablar de amor – en sus diversas formas e intensidades – cuando por detrás suena “Yo soy tu gatita, tu gatita….”?

Ojo…
es mucho más simple y relajado de lo que aparenta. En mi manual de vida de veintitrés páginas, es regla básica que un Beso (sí, sí, con mayúscula) deba ser ganado con mucho más que 5 minutos de charla superficial.¡Qué sean 10 min como mínimo!.

De todos modos, cada persona hace uso del modus operandi que le resulte más ameno. Es más probable que yo, sapo de otro pozo, sea quien va de contramano atropellando gente con mis aburridas teorías de besos. Evidentemente, ver tantas películas de Disney tuvo contraindicaciones irreversibles en mí. La industria cinematográfica debería adjuntar manuales de instrucciones y una advertencia de posibles consecuencias melosas: “La exposición prolongada a esta película podría ocasionar una deformación permanente en su percepción sobre los besos. Véase con moderación”.

¿Cómo continuar con mi vida luego de ver cinco veces La Bella y la Bestia, donde un simple beso en los últimos cinco minutos de película transforma al monstruo peludo en Brad Pitt versión príncipe? Y vivieron felices para siempre…

¡Te maldigo Mickey Mouse!

lunes, 29 de noviembre de 2010

¡Pido gancho!

Marea calma vigilada por el flameo atento de una bandera celeste que decepciona a más de un entusiasta de las olas. Algo así como una boya esbelta que baila sola en el medio de un océano planchado. Boyando ella va…

Le Iba a suceder, irremediablemente. Los tropiezos reiterados no son gratuitos, ¿vio?. Te dejan las rodillas tipo pasa de uva, los codos machucados y el corazón rogando un “¡pido gancho!” a los cuatro vientos.

Lo juro, jamás le había sucedido algo por el estilo. Es de aquellas mujeres que, cuando caen, sacan la cantimplora de Coca Cola con Cafiaspirina - la espinaca de Popeye versión 2.0 - y siguen correteando montaña abajo al mejor estilo Heidi, pero farmacodependiente.

Eso terminó. Nadie logra ya agitar sus sentidos, nadie. La única emoción cuasi similar es toda aquella que implique conquistar un trozo del mapamundi y fundirse en el paisaje como estampa. ¿O por qué no el placer instantáneo de la primera cucharada de helado de chocolate amargo? Algo así como una orgía entre diez mil receptores gustativos y un utensilio que, cual caballo de Troya, infiltra en la boca edulcorantes, estabilizantes, conservantes, y sabe Dios cuántas otras cosas más.

Papilas caliciformes de fiesta = ¿Amor?.
Tan sencillo que era…


El equilibrio resurge con fuerza de titán, como un exiliado que regresa triunfal a la tierra que lo vio partir. Flamante se apersona ante cada impulso rebelde que pretende huir de ese estado de sedación inducido. Ella camina con la mirada clavada en el frente bajo un cielo a lunares que hoy brillan con la misma intensidad. Ella evoluciona, ella se transforma, ella es un ... ¿Pokemon?

Y de este modo transcurren sus días, engranajes indispensables para que la frase “tiempo al tiempo” surja efecto de una buena vez. Boyando ella va.


sábado, 13 de noviembre de 2010

Y ahora, el besito de las buenas noches...


Si yo le digo
quiérame, usted me pregunta “¿hasta dónde, mi coronel?”. Probablemente, haciendo uso y abuso de mi eterna ternura, responderé: “hasta la Luna, soldado”.

Así fue como, tiempo atrás, le pedí a mi Imposible que me quisiera “antes del viaje”. Esta exigencia temporal tenía una buena razón de ser: estaba a meses de despegar hacia mi amada Italia y ese hombre tenía la obligación moral para conmigo y la humanidad de quererme antes de partir. No era una sugerencia, ¡era una ORDEN!.

Desde que tengo memoria, colecciono ingeniosas respuestas novelescas para toda situación. Por ejemplo, confesé un “Te quiero” no correspondido. Con modestia, debo decir que fue un lanzamiento acrobático de la plataforma más alta de una pileta vacía de sentimientos. Ante el silencio reinante -momento en el que estrellé, en cámara lenta, mi cabeza contra el fondo de ese vaso a medio llenar - rematé con el especial afecto empalagoso que me caracteriza: “este es el momento en el que me decís´yo también´”.

He aquí la hipótesis que fundamenta de maravillas los orígenes de semejantes actuaciones pa(téticas)sionales:

En algún momento de mi ajetreada infancia, en esa aventura de exilio de la niñez y paso a la pubertad, sencillamenteme tragué al Topo Gigio. Desde entonces, este ratoncito italiano convive en mí, cual inquilino problemático, generando bullicio y revolucionando sentimientos que rogaban por un líder carismático que pusiera en marcha la rebelión de sensaciones.

Síganme los buenos” ordena Gigio a su pueblo, parafraseando al Chapulín y despertando en mi las actitudes más impulsivas.

Este roedor descarria
do no entiende de tiempos, pues lo sentimientos son aquí y ahora, blanco o negro, te quiero o no te quiero, me la juego o no me la juego, Pepsi o Coca-Cola (?). Con facilidad, se despoja de los miedos saboteadores y confiere simpleza cuando todo luce demasiado complicado como para siquiera animarse a intentarlo. Todo es “mucho” cuando Gigio está involucrado. Dejarlo actuar sin censura sería algo así como andar por la vida con el corazón en las manos.

El "Topo Gigio interior" es la personificación de aquellas locuras (y no tanto) que todos cometimos alguna vez por amor o sentimiento similar. Es la carta de 25 páginas de confesiones, son las horas que aguardaste ese mensajito que nunca llegó, son las lágrimas que desperdiciaste deshidratando al corazón, son los recuerdos que duermen entre las hojas de un libro que ya no lees, es el beso de sopetón, son las frenéticas mariposas que se estrellan contra las paredes del estómago cada vez que olés su perfume, es aquel maldito “te quiero” espontáneo que se desliza de tus labios y, dando volteretas en el aire, se desorienta respecto de la pista de aterrizaje.

En mi caso en particular, desde hace varios años, alquilo a Gigio una habitación en lo profundo de mi ser con oportunidad de compra a futuro, por lo que me despido de todos diciendo:

Y ahora, el besito de las buenas noches...

Y a la camita, a la camita...



domingo, 31 de octubre de 2010

Musculosas negras

Es inminente. En cinco días me desprenderé completamente de ella, mi gastada "musculosa negra". Este conteo - que contabilizo con ciertas imprecisiones - no es más que una ¿brillante? estrategia psicológica que me prepara, a un tortuoso fuego lento, para no contarla más entre los pilares de ropa que invaden cada centímetro de mi habitación. Ya no será una opción digna de vestimenta.

Tal vez, debería comenzar por analizar por qué la compré.
Vicio desmedido. ¡Ojo! en cierto punto, me reconforta la idea de haber canalizado mis ansias en la compra maratónica de ropa y no, por ejemplo, en cigarrillos o, aún peor, chocolates y fast food con acceso free hacia caderas, muslos y mofletes varios.


Como muchas de ustedes, no soy de la clase de mujer que soporta por demasiado tiempo no adquirir prendas nuevas. No obstante, he aquí el punto más crítico de mi simpático vicio: cuando comienza mi desesperación ante el desencuentro con la prenda deseada que cumpla con todos los requisitos, recaigo una y otra vez en la compra de musculosas negras que, bajo una mirada poco exigente, me generan la sensación de “oh! Por fin te he hallado, musculosa gloriosa digna de esta ¿diosa°?”

° La referencia final de la mencionada exclamación puede verse alterada por la percepción que tenga sobre mi persona ese día. Puede oscilar entre eso y “digna de esta vaquillona que se bajó medio kilo de helado como vaso de agua, soqueta”




  • Primera impresión musculosística (sí, sí, acabo de inventar la palabra):
La veo allí colgada, tan simple pero tan cautivadora. Un vidrio frío, cual frontera transparente de desconocimiento, nos separa. Me hago la difícil con ella y me paseo indiferente por otras vidrieras. Es demasiado tarde, perdí mi primera batalla pues mi mente ya estableció conexión directa con cada uno de sus hilos. Es el comienzo del fin: Me pienso usándola. Estoy jodida.

No todo es impulso de compra, mis amigas. Tengo una breve (brevísima) fase racional en la que visualizo los muertos en batalla que ocupan mi placard: gastadas musculosas negras que me han hecho una mujer felizmente vestida por aproximadamente dos meses hasta que comenzaron a desteñirse, estirarse y, lo peor, cubrirse de esas pelotitas blancas que se vuelven reflectores bajo la luz ultravioleta del boliche. Si he sido vilmente engañada en tantas oportunidades por estas musculosas vende humo,
¿Por qué esta vez será distinto cuando todo parece indicar que seguirá el mismo curso? ¡¡Vamossss, piensa mujer cegada por el síndrome del ropero lleno!!!!.

Es en vano, una mujer puede luchar contra todo menos con la idea de pensarse con la musculosa puesta. En una imagen mental sería, más o menos, algo así: una pradera verde repleta de girasoles. Yo corriendo con los brazos abiertos y, frente a mí, trotando a mi encuentro, “LA” musculosa. Nos fundimos en un abrazo de humano-ropa/ropa-humano mientras polleras, sacos y remeras, verdes de la envidia, nos aplauden.
(fin de momento gráfico volado)


Tipo zombie (sexy, desde luego), me sumerjo en el vestidor y me la pruebo. Me queda perfecta y, en segundos, mi hábil mente entrenada maquinó cincuenta combinaciones posibles y proyectó salidas que la tendrán como protagonista. Juntas seremos dinamita (¿?).

¡Oh, no! Pronto me percato que no es una musculosa perfecta; de hecho, tiene un agujerito discreto pero notorio que me hace dudar respecto de nuestra posible vida juntas. ¿Para qué voy a gastar dinero en una prenda que me da lo mismo tener o no tener?

Miedo superado. El hoyo que la atraviesa no me detiene.


  • Crónica de una muerte anunciada

Las primeras puestas fueron cuasi perfectas, como toda cosa nueva que uno suma a su lista de pertenencias. Surgen en una, con una automaticidad que comienza a asustarme, esas ansiedades incontrolables:


  1. Querés usarla todo el tiempo como si fuera la única opción que tuvieras,
  2. Suponés que ninguna otra musculosa de la tierra te quedaría TAAAAN bien,
  3. Te vestís hermosa para combinar con el nuevo elemento,
  4. Aunque comenzás a ver señales de desgaste propias de una prenda comprada apresuradamente, lo dejás pasar.¡Error!
Ella se esforzaba (un poco… tampoco vamos a darle demasiado mérito por algo tan simple) por amoldarse perfectamente a mi cuerpo y encajar con el resto de mi guardarropas.


Lo inevitable sucedió
. Esa "musculosa básica" no solo comenzó a desteñir sino que, demasiado pronto, descubrí un sinfín de agujeritos que, con la maldita emoción de compra, no había logrado ver. La musculosa no solo fue perdiendo ese negro resplandeciente que me encegueció las primeras puestas, sino que se rompió ¡y cómo!. Pero esta ruptura no fue similar a mis anteriores decepciones musculosisticas, esta vez estalló en mi, dejándome desnuda y vulnerable, arrepintiéndome por haber caído nuevamente en una prenda errada.


La primera vez que se hizo añicos en mí, sentí angustia y ganas por repararla, ingenuamente pensaba que aún nos quedaban muchas salidas para lucirnos juntas. Quizás la había usado demasiadas veces, quizás no la planché correctamente, quizás, quizás, quizás…


Como buena cabeza dura - de las mejores, reconocería sin demasiado orgullo - me esforcé por seguir adelante. Metí panza para no forzar sus costuras mientras pensaba por cuánto tiempo podría mantener el aire sin desmayarme en el intento. ¿Tanto sacrificio le debía a esta musculosa negra nueva que se comportaba como si tuviera años de uso y maltrato?

Desde luego, fue la crónica de una muerte anunciada. En esta ocasión no me invadió la nostalgia ni la angustia, la bronca se personificó en mí en su más pura expresión. Tantas ganas y tiempo invertido en una prenda que, evidentemente, no era para mí.
No pretendía qe me hiciera más delgada ni que me convirtiera en una Barby de 90-60-90, ni siquiera exigía que me quedara perfecta en las primeras puestas, pues comprendo que la ropa requiere de uso y lavado para alcanzar su verdadera y permanente forma.




  • S.O.S. ¡Las musculosas negras nos invaden!

Momento. Me detuve en mi frenética búsqueda de explicaciones y miré a mi alrededor. Esta vez, no había praderas de girasoles. Fue entonces que vi montones de hermosas mujeres usándolas, metiendo panza, buscando excusas en sí mismas - presas del miedo, impotencia y ¿perseverancia malgastada? - para justificar aquella prenda fallada.

Aquí lo peor de todo: están aterradas ante la idea de que, si se deshacen de ellas, no encontrarán ninguna otra musculosa para vestir sus días. Es triste pensar que, por momentos (que en ocasiones duran años), el hecho de que las haga más gordas, que estén desteñidas y estiradas, que no les quede como ellas esperan que lo haga oficien de mejores opciones a dejar de tenerla.




Me cansé. ¡Renuncio a esta estúpida moda conformista!. Junto lo pedazos de mi musculosa destruida y no la guardo en el fondo de placard junto con el resto de cadáveres que, con un poco más de voluntad, también tendrán el mismo destino. Esta musculosa se va lo suficientemente lejos de mi (cuestión de no tentarse, vió).

Aclaración: no las invito a deshacerse de todas las musculosas negras. Lamentablemente, es una prenda gauchita ideal para salir del paso cuando nada parece convencerte. El problema existencial surje cuando la musculosa se torna en "la musculosa", diva de tu ropero.


Hoy elijo
( en 5 días elijo), con un poco más de suerte y conciencia, un vestido que me haga sentir hermosa aún al despertar por la mañana con una resaca destructiva. Un vestido que, en ocasiones y a merced del desorden de mi placard, probablemente tenga arrugas, pero que siempre
vuelva a amoldarse elásticamente a mi cuerpo como el primer día.


Desde luego, ya no pienso recorrer vidrieras deseando encontrarlo; de ser así, con seguridad recaería en la compra compulsiva de musculosas negras que sacien temporalmente las desesperadas ganas de completar mi placard.

jueves, 7 de octubre de 2010

Corazones frios

Tropiezo nuevamente. Por momentos pienso, algo ahogada en mi tristeza (espero) temporal, que se me ha vuelto costumbre la elección errada. Maldito corazón ciego de puntería tan evidentemente fallida.


No hicimos más que toparnos con corazones fríos, amiga. Corazones que levantan murallas impenetrables y suponen que sus días estructurados y predecibles son el ideal.


Pues claro… cuando nos rodeamos de redes y colchonetas que amortiguan caídas, todo duele menos. Todo es menos. Menos sentimos, menos queremos, menos soñamos, menos proyectamos, menos VIVIMOS.



¿Tiempo al tiempo? Sí, el tiempo es buen aliado, corazón frío. Pero el tiempo sin voluntad de arriesgarse es sólo eso, TIEMPO que corre y te envejece.


Cuando comenzas a creer que tu ideal de planta es un cactus… y sí, estamos jodidos. Pintá tus paredes de blanco, escuchá siempre la misma frecuencia de radio, no salgas de tu hogar con ese plato sucio sobre la mesa, tomá “pastillas para no soñar y vivirás 100 años”, corazón frío.


Por mi parte, mi corazón torpe y atolondrado, ansioso y espontáneo, te desea una vida de tropezones que te hagan fuerte. También te pide disculpas por haber atacado con su artillería más pesada, creyendo ingenuamente que - cual antídoto - podría derribar esas paredes altas, cuando no hizo más que intensificar ese dolor latente que parece haber conquistado tus días. Ese dolor que contaminó los cimientos de esa estructura que crees perfecta, corazón frío, y se expande como un virus silencioso impidiéndote dejar entrar un poco de aire fresco.


(Final reeditado luego de un ataque fugáz de racionalidad)


Gracias por todo. Buena suerte y hasta siempre. Sigo en la búsqueda de mi final feliz.



jueves, 13 de mayo de 2010

La Acrobacia en Extremos

Bienvenidos queridos queluches - o los que hayan logrado sobrevivir a largos meses de rotundo pero justificable abandono - a un nuevo post, a una nueva yo, trastornadamente encantadora.



Desde luego, la bipolaridad no es un estado que desee sumar a mi colección de características personales poco felices, razón por la cual paso a explicar en detalle en qué consiste tal duplicidad.

La acrobacia en extremos se ha vuelto involuntariamente mi deporte predilecto. No recuerdo con precisión en qué momento de mis días me asocié al Club de la Ciclotímia, a este maldito vaivén de sentimientos encontrados... bah! que no se encuentran, se estrellan frenéticamente entre sí cual partículas en la Maquina de Dios.

En ocasiones, pienso en mi cabeza como la representación ¿tierna? de un juego de autitos chocadores fuera de control, encimados, atravesando las paredes contenedoras y atropellando gente (nótese: la gente atropellada era "mala").

Oscilo entre pasos calculados de una estatua de hielo que poco entiende de pasiones y un ser impredecible impulsado por los caprichos más absurdos pero, desde luego, encantadores. ¡Te digo que me regales la Luna!
...

Mi versión racional reflexionaría: "Es evidente que no vas a darme la Luna; está lejos, es grande y encima está toda poceada. Es más, creo que no la quiero, es tan sólo la visión de ella - así ... toda coqueta e inmersa en el infinito - que me hace falsamente desearla".

Pues bien, mi yo reflexivo es de vencimiento rápido y esperable. En cuestión de una noche, obsequio mi racionalidad a la cama y salgo a pasear sin ella, desnuda de conciencia y derrapando en las mismas curvas.




Ufffffff ¡Que quiero la Luna ya!