domingo, 31 de octubre de 2010

Musculosas negras

Es inminente. En cinco días me desprenderé completamente de ella, mi gastada "musculosa negra". Este conteo - que contabilizo con ciertas imprecisiones - no es más que una ¿brillante? estrategia psicológica que me prepara, a un tortuoso fuego lento, para no contarla más entre los pilares de ropa que invaden cada centímetro de mi habitación. Ya no será una opción digna de vestimenta.

Tal vez, debería comenzar por analizar por qué la compré.
Vicio desmedido. ¡Ojo! en cierto punto, me reconforta la idea de haber canalizado mis ansias en la compra maratónica de ropa y no, por ejemplo, en cigarrillos o, aún peor, chocolates y fast food con acceso free hacia caderas, muslos y mofletes varios.


Como muchas de ustedes, no soy de la clase de mujer que soporta por demasiado tiempo no adquirir prendas nuevas. No obstante, he aquí el punto más crítico de mi simpático vicio: cuando comienza mi desesperación ante el desencuentro con la prenda deseada que cumpla con todos los requisitos, recaigo una y otra vez en la compra de musculosas negras que, bajo una mirada poco exigente, me generan la sensación de “oh! Por fin te he hallado, musculosa gloriosa digna de esta ¿diosa°?”

° La referencia final de la mencionada exclamación puede verse alterada por la percepción que tenga sobre mi persona ese día. Puede oscilar entre eso y “digna de esta vaquillona que se bajó medio kilo de helado como vaso de agua, soqueta”




  • Primera impresión musculosística (sí, sí, acabo de inventar la palabra):
La veo allí colgada, tan simple pero tan cautivadora. Un vidrio frío, cual frontera transparente de desconocimiento, nos separa. Me hago la difícil con ella y me paseo indiferente por otras vidrieras. Es demasiado tarde, perdí mi primera batalla pues mi mente ya estableció conexión directa con cada uno de sus hilos. Es el comienzo del fin: Me pienso usándola. Estoy jodida.

No todo es impulso de compra, mis amigas. Tengo una breve (brevísima) fase racional en la que visualizo los muertos en batalla que ocupan mi placard: gastadas musculosas negras que me han hecho una mujer felizmente vestida por aproximadamente dos meses hasta que comenzaron a desteñirse, estirarse y, lo peor, cubrirse de esas pelotitas blancas que se vuelven reflectores bajo la luz ultravioleta del boliche. Si he sido vilmente engañada en tantas oportunidades por estas musculosas vende humo,
¿Por qué esta vez será distinto cuando todo parece indicar que seguirá el mismo curso? ¡¡Vamossss, piensa mujer cegada por el síndrome del ropero lleno!!!!.

Es en vano, una mujer puede luchar contra todo menos con la idea de pensarse con la musculosa puesta. En una imagen mental sería, más o menos, algo así: una pradera verde repleta de girasoles. Yo corriendo con los brazos abiertos y, frente a mí, trotando a mi encuentro, “LA” musculosa. Nos fundimos en un abrazo de humano-ropa/ropa-humano mientras polleras, sacos y remeras, verdes de la envidia, nos aplauden.
(fin de momento gráfico volado)


Tipo zombie (sexy, desde luego), me sumerjo en el vestidor y me la pruebo. Me queda perfecta y, en segundos, mi hábil mente entrenada maquinó cincuenta combinaciones posibles y proyectó salidas que la tendrán como protagonista. Juntas seremos dinamita (¿?).

¡Oh, no! Pronto me percato que no es una musculosa perfecta; de hecho, tiene un agujerito discreto pero notorio que me hace dudar respecto de nuestra posible vida juntas. ¿Para qué voy a gastar dinero en una prenda que me da lo mismo tener o no tener?

Miedo superado. El hoyo que la atraviesa no me detiene.


  • Crónica de una muerte anunciada

Las primeras puestas fueron cuasi perfectas, como toda cosa nueva que uno suma a su lista de pertenencias. Surgen en una, con una automaticidad que comienza a asustarme, esas ansiedades incontrolables:


  1. Querés usarla todo el tiempo como si fuera la única opción que tuvieras,
  2. Suponés que ninguna otra musculosa de la tierra te quedaría TAAAAN bien,
  3. Te vestís hermosa para combinar con el nuevo elemento,
  4. Aunque comenzás a ver señales de desgaste propias de una prenda comprada apresuradamente, lo dejás pasar.¡Error!
Ella se esforzaba (un poco… tampoco vamos a darle demasiado mérito por algo tan simple) por amoldarse perfectamente a mi cuerpo y encajar con el resto de mi guardarropas.


Lo inevitable sucedió
. Esa "musculosa básica" no solo comenzó a desteñir sino que, demasiado pronto, descubrí un sinfín de agujeritos que, con la maldita emoción de compra, no había logrado ver. La musculosa no solo fue perdiendo ese negro resplandeciente que me encegueció las primeras puestas, sino que se rompió ¡y cómo!. Pero esta ruptura no fue similar a mis anteriores decepciones musculosisticas, esta vez estalló en mi, dejándome desnuda y vulnerable, arrepintiéndome por haber caído nuevamente en una prenda errada.


La primera vez que se hizo añicos en mí, sentí angustia y ganas por repararla, ingenuamente pensaba que aún nos quedaban muchas salidas para lucirnos juntas. Quizás la había usado demasiadas veces, quizás no la planché correctamente, quizás, quizás, quizás…


Como buena cabeza dura - de las mejores, reconocería sin demasiado orgullo - me esforcé por seguir adelante. Metí panza para no forzar sus costuras mientras pensaba por cuánto tiempo podría mantener el aire sin desmayarme en el intento. ¿Tanto sacrificio le debía a esta musculosa negra nueva que se comportaba como si tuviera años de uso y maltrato?

Desde luego, fue la crónica de una muerte anunciada. En esta ocasión no me invadió la nostalgia ni la angustia, la bronca se personificó en mí en su más pura expresión. Tantas ganas y tiempo invertido en una prenda que, evidentemente, no era para mí.
No pretendía qe me hiciera más delgada ni que me convirtiera en una Barby de 90-60-90, ni siquiera exigía que me quedara perfecta en las primeras puestas, pues comprendo que la ropa requiere de uso y lavado para alcanzar su verdadera y permanente forma.




  • S.O.S. ¡Las musculosas negras nos invaden!

Momento. Me detuve en mi frenética búsqueda de explicaciones y miré a mi alrededor. Esta vez, no había praderas de girasoles. Fue entonces que vi montones de hermosas mujeres usándolas, metiendo panza, buscando excusas en sí mismas - presas del miedo, impotencia y ¿perseverancia malgastada? - para justificar aquella prenda fallada.

Aquí lo peor de todo: están aterradas ante la idea de que, si se deshacen de ellas, no encontrarán ninguna otra musculosa para vestir sus días. Es triste pensar que, por momentos (que en ocasiones duran años), el hecho de que las haga más gordas, que estén desteñidas y estiradas, que no les quede como ellas esperan que lo haga oficien de mejores opciones a dejar de tenerla.




Me cansé. ¡Renuncio a esta estúpida moda conformista!. Junto lo pedazos de mi musculosa destruida y no la guardo en el fondo de placard junto con el resto de cadáveres que, con un poco más de voluntad, también tendrán el mismo destino. Esta musculosa se va lo suficientemente lejos de mi (cuestión de no tentarse, vió).

Aclaración: no las invito a deshacerse de todas las musculosas negras. Lamentablemente, es una prenda gauchita ideal para salir del paso cuando nada parece convencerte. El problema existencial surje cuando la musculosa se torna en "la musculosa", diva de tu ropero.


Hoy elijo
( en 5 días elijo), con un poco más de suerte y conciencia, un vestido que me haga sentir hermosa aún al despertar por la mañana con una resaca destructiva. Un vestido que, en ocasiones y a merced del desorden de mi placard, probablemente tenga arrugas, pero que siempre
vuelva a amoldarse elásticamente a mi cuerpo como el primer día.


Desde luego, ya no pienso recorrer vidrieras deseando encontrarlo; de ser así, con seguridad recaería en la compra compulsiva de musculosas negras que sacien temporalmente las desesperadas ganas de completar mi placard.

jueves, 7 de octubre de 2010

Corazones frios

Tropiezo nuevamente. Por momentos pienso, algo ahogada en mi tristeza (espero) temporal, que se me ha vuelto costumbre la elección errada. Maldito corazón ciego de puntería tan evidentemente fallida.


No hicimos más que toparnos con corazones fríos, amiga. Corazones que levantan murallas impenetrables y suponen que sus días estructurados y predecibles son el ideal.


Pues claro… cuando nos rodeamos de redes y colchonetas que amortiguan caídas, todo duele menos. Todo es menos. Menos sentimos, menos queremos, menos soñamos, menos proyectamos, menos VIVIMOS.



¿Tiempo al tiempo? Sí, el tiempo es buen aliado, corazón frío. Pero el tiempo sin voluntad de arriesgarse es sólo eso, TIEMPO que corre y te envejece.


Cuando comenzas a creer que tu ideal de planta es un cactus… y sí, estamos jodidos. Pintá tus paredes de blanco, escuchá siempre la misma frecuencia de radio, no salgas de tu hogar con ese plato sucio sobre la mesa, tomá “pastillas para no soñar y vivirás 100 años”, corazón frío.


Por mi parte, mi corazón torpe y atolondrado, ansioso y espontáneo, te desea una vida de tropezones que te hagan fuerte. También te pide disculpas por haber atacado con su artillería más pesada, creyendo ingenuamente que - cual antídoto - podría derribar esas paredes altas, cuando no hizo más que intensificar ese dolor latente que parece haber conquistado tus días. Ese dolor que contaminó los cimientos de esa estructura que crees perfecta, corazón frío, y se expande como un virus silencioso impidiéndote dejar entrar un poco de aire fresco.


(Final reeditado luego de un ataque fugáz de racionalidad)


Gracias por todo. Buena suerte y hasta siempre. Sigo en la búsqueda de mi final feliz.